22 de agosto de 2006

EL FINAL DE UN POEMA

La respuesta y la pregunta tienen la misma dirección;
la posibilidad de una elección predeterminada,
el enfrentarse o el huir desde o hacia la oscuridad
en el laberinto de un retorcijón de frases.
Cuando el poeta se sienta a escribir
se le borran los croquis meditados de sus prosas,
por atolondrarse y dar un salto de ángel a la página blanca,
por amar las cosas sin sentido y vivir paralelamente.
No consigue desarmarse de tristezas enclavadas
que le maquillan desde dentro el rostro de pálido.
La grandeza de su obra le sabe tan ordinaria,
nunca le bastan las combinaciones de palabras.
Al poeta lo que más le pesa de su pobre existencia,
es no saber si el mismo que escribe es el que actúa,
y vive perdido entre espejismos y quimeras.
de vez en cuando puede conectarse a su carne.
Los horarios no le modifican su compenetración,
absorto de su propia inventiva, se ve derramado en ella
como si fuera una delicada estatua de sal
hasta que se le remueven las tripas y recuerda que es humano.
Se acuesta y repiensa su dirección hacia algo efímero
calcula el esfuerzo energético mal aprovechado y estéril.
Se pregunta otra vez que pasará si sigue dormido,
si alguien lo recogerá al menos al día después de ido.
Sin querer, pero favoreciendo a ello con sus humores,
carcome su vida esquizofrénica en cada nuevo día.
Así es como se repite cada día su cobardía,
al no poder responder con certeza que pasará si sigue dormido.
Hasta que no se pregunte, hasta que no se levante.

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