6 de septiembre de 2006

Rompecabezas

Una revelación cayó en mi cerebro después de tantos interrogantes,
en este mundo poco puritano los placeres y los vicios se toman de la mano.
¿Acaso lo que es más enérgico no es lo que menos perdura?
¿Por qué lo más delicioso es lo que menos hay que paladear?
Los momentos intensos son sólo peldaños intercalados
que frenan en el largo descanso de esta escalera...
El amor que yo busco no debe eternizarse entonces,
se arruinaría lo místico de su descubrimiento, de las hipótesis,
de los tantos sueños sofocantes y vagas ideas de culminación;
moriría con la hoz cruel de la necedad humana y sus espejos falsos.
El trastorno que me aqueja es veneno y antídoto a la vez,
es mi dieta saludable de placeres que no me dañan por no ser demasía,
es la justa medida de lo que tomo a piacere y lo que regalo a inconsapevolezza.
Neciamente he cometido la falta de endiosar los sentimientos humanos,
¿pues qué son los actos si no la imperfección de nuestros imaginarios?
Incluso el arte más milagroso tiene su defecto implícito en su génesis.
Al contrario de lo que creía, no me asustan ya estas ideas sediciosas;
lo que he estado buscando no es lo mismo que busca el común de la gente,
mi alma no responde a estos parámetros, y por ser libre teme de serlo,
está configurada para romperse una y otra vez, y nunca quebrantarse...
¡Qué deliciosa ironía la de esta ánima mía!
El amor que puede abrazarme es un plural de amoríos salpicados y errantes,
el completo es pedazo, es retazo; es rompecabezas de lunas menguantes.

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